sábado, 9 de enero de 2010

UNA VIDA QUE DESBORDA POR LA FIESTA

En Isla Fuerte la fiesta hace parte de la vida. Los casi 2000 habitantes de esta isla, perteneciente al archipiélago de San Bernardo, en el Departamento de Bolívar, los une la pesca, la tierra, su sangre y la champeta.


Juan Camilo Gallego Castro
jcamilogallego@gmail.com
En la cancha de fútbol de Isla Fuerte hay 22 burras pastando. Son las seis y treinta de la tarde y el sol apenas brinda sus últimos rayos de sol.
El campo fue donado por el gobierno de Andrés Pastrana y está ubicado al lado de El Bonga, el árbol más antiguo y grande de la isla. Tiene 500 años de vida y bajo sus ramas hay un par de enamorados que ven caer la tarde mientras las 22 jugadoras se alimentan para un partido más.
Al otro día tendrán que cargar, caminar y sentir el sol abrasador del Caribe colombiano. Seguro que su fisionomía está dispuesta a soportar con poca agua el trabajo que necesitan hacer los isleños.
Es un sábado, el primero después del fin de año y los habitantes de Isla Fuerte todavía se reponen de la fiesta que terminó hace seis horas, luego de un par de días de intensa euforia, mucha cerveza y desborde incontrolable de caderas, al son de la champeta.
La energía llegó hace 30 minutos y estará durante 12 horas hasta las seis de la madrugada. Los isleños apenas encuentran que funciona la corriente eléctrica prenden sus equipos de sonido. Sofisticados, modernos, tal vez, el principal electrodoméstico de estas familias costeñas. ¡Qué más importante que una buena música y cervezas heladas!
Se escuchan algunos vallenatos, pero retumba la champeta. Muy cerca, en Cartagena, ‘El Celular’ fue una de las canciones que más se escuchó en la celebración de fin de año. Es fin de semana y la rumba no se hace esperar.
“Cuando cogen una canción la queman”, dice una de las isleñas.
Hay una fiesta de quince años. Un par de negros se encargan del sonido, que se escucha desde cualquier lugar de la isla. Con computador, mezclador y potentes bafles la celebración promete ser hasta la madrugada.
Los habitantes están concentrados en el mismo lugar. En la Discoteca La Isla es la fiesta de esta noche. Es en una casa desocupada, con paredes de color naranja y un par de ventiladores insuficientes para el calor que genera el baile, parecido a un rito sexual, por el movimiento de las caderas, muy ajustadas. Es imposible no sentirse.
“En esta Isla todos somos familiares de todos. Todos nos conocemos, por eso hay tanto niño enfermo porque se mezclan las familias”, cuenta uno de los hombres del lugar. Él, sólo tiene que dar un par de pasos para cruzar la calle y estar en la celebración de quince años.
“Por la mañana terminamos la fiesta de fin de año y vamos a seguir celebrando esta noche”, asegura.
El baile es dentro de la casa, la risa y la charla es afuera. No hay hombres y mujeres juntos. Cada uno por su lado y en grupos, esperan la mejor canción para mostrar sus dotes de bailarines del caribe. Ellos tienen sabor y la incitación al sexo se percibe en el aire. Las mujeres desfilan con sus escotes atractivos, pero sus ropas, bien ajustadas a sus caderas, son motivo de atención para los hombres.
“Todo el pueblo está acá”, cuentan.
Toman Costeñita. La casa se llena cuando escuchan una champeta. La discoteca arde de euforia. El movimiento de las caderas simulan el acto sexual. Hombres y mujeres sudan, el movimiento es intenso y todos demuestran estar concentrados. Es fundamental estarlo, la música hay que sentirla, el cuerpo del otro hay que vivirlo.
No hay vals y al inicio de la noche se escuchó “Tú cumpleaños”, de Diomedes Díaz. El resto de la noche no hay fiesta de quince años, no se distingue quinceañera y menos sus padres o familiares más allegados.
Las quince primaveras son la excusa para convocar a los isleños, que no pierden oportunidad ni excusa para vivir como les gusta: en fiesta. Es uno de tantos carnavales que se pueden inventar en Isla Fuerte.
Se ve que la niña no baila, ella no es la protagonista. Ella camina con su vestido azul y reparte en todos los grupos de gente, dentro y fuera de la discoteca, las crispetas que tiene para ofrecer. No se ven regalos, al fin y al cabo lo que pueden ofrecer los isleños es lo que les brinda la tierra y el mar. Ah, pero no falta su alegría, su carisma y su presencia en el epicentro de la isla.
Esta noche quedaron atrás los cultivos de maíz, los árboles de mango, el plátano, el arroz, el coco y la pesca, luego de la fiesta cada habitante de Isla Fuerte se dedicará a sus métodos de supervivencia. Primero el turismo, luego la explotación de los recursos de su isla.
Este pueblo no tiene autos ni motos, menos calles pavimentadas. Los servicios públicos son un lujo, así que cuando llegan se les da el mayor uso posible. Tener baldosa en el piso de las casas es una pompa. Pisar la tierra en una vivienda, vivir entre tablas de madera y bajo hojas de palma como techo, es normal. Las tiendas son carritos de dulces y la carnicería es el mar. El patacón es al desayuno, el almuerzo y la comida, no hay duda, pero la fiesta es donde haya música y se escuche la champeta. Así bailan sus días estos isleños.
Se acabó la cerveza y hay que caminar cinco calles para adquirir más en otra tienda. Algunos toman Aguardiente Antioqueño, un honor en una isla donde los costos de transporte para cualquier producto se incrementan. Llegaron más cervezas. Son las tres de la mañana, pocos han podido dormir y cada vez es más constante que repitan la canción ‘El Celular’. Se escucha una sola voz que dice ‘Aló, ¿dónde estás?, ¿qué pasó? Me apagaste el celular’.
Los niños más pequeños la cantan, están despiertos y son protagonistas de la fiesta. Algunos bailan como los más grandes, pero otros se duermen en la calle, pues llegaron de sus casas para la festividad y en ella amanecen. Sólo el sol puede espantarlos.
Sale gente corriendo de la discoteca, la música la acaban de interrumpir y aclaran que no hay más fiesta o por lo menos no más música.
-Acabamos porque empezaron a pelear y porque no estaban consumiendo-, advierte la mujer que vendía la cerveza.
Ha pasado media hora y a uno de los protagonistas de la pelea ya fue llevado a su casa. Uno de los muchachos que quedan cuenta que son amigos, pero por una cachetada se armó el desorden.
-Él me cacheteó, entonces yo hice lo mismo. Ahí se armó la pelea-, cuenta sonriente el que quiso seguir en la fiesta, pero ya no había forma.
Todos fueron a sus casas, no hay más música y faltan dos horas para amanecer.
Se levantarán a pescar, mirar los cultivos, atender los turistas o esperar qué puede surgir en la Isla.
El próximo sábado habrá fiesta, si en semana no hay otra excusa para convocar a todo el pueblo. Sin duda, son sus tradiciones alegres las que los une.

1 comentario:

Beatriz Ibargüen dijo...

Nada que decir, como siempre super bien.......Me dieron ganas de ir a ver todo lo que dices....