jueves, 12 de noviembre de 2009

RAMÓN SE VISTIÓ DE ROSA

“Los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi”. Eso lo dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando plasmó en el Fútbol a sol y sombra, una definición de los entrenadores.



Juan Camilo Gallego Castro
jcamilogallego@gmail.com
Los hinchas se refugiaban en los brujos para que el rival de toda la vida no ganara, otros usurpaban el templo de su equipo rival para enterrar animales en un arco o llevarles tierra de cementerio para que nunca pudieran celebrar un título. Aunque ahora es más complicado, algunos prefieren usar la misma camiseta como amuleto, entran al estadio con el mismo pie cada vez que hay partido, se echan la bendición durante todo el día y piden ‘a un más allá’ que “esta tarde tenemos que ganar”. No importa si pierde, en el próximo partido llegará de nuevo con la misma camiseta e igual ‘protocolo’ porque “como sea, hoy si ganamos”.
- Cuando jugador siempre entraba con el pie derecho, durante toda mi carrera entraba con el pie derecho y me hacía la señal de la cruz una sola vez, como técnico no,-cuenta Ramón Cabrero.
Con sus ojos claros, el cabello blanco y un acento que, sin duda, derrite a nuestras mujeres, Ramón apareció como un grande, un argentino que, así hubiera nacido en España, arribó para salvar a un equipo que no respondió a las expectativas. Atlético Nacional había sido penúltimo el torneo anterior. Ramón llegó después de obtener el logro más importante en toda su vida como futbolista y entrenador, ganó un título con la gente de su barrio, su gente, su casa, su vida.
-Logré lo que nadie había conseguido después de 93 años: salir campeón con Lanús. Y me vine, porque creo que hay cosas que se consiguen y tienen que quedar ahí. Yo creo que al club le había dado todo lo que yo podía haberle dado y quería quedarme con esa imagen, incluso con la imagen de no dirigir en Argentina por un tiempo.
Muy pronto, en Medellín, los sueños se tiñeron de rosa. Abrió su clóset y eligió, entre las camisetas que tenía, el color con el que esperaba disfrutar durante mucho tiempo los frutos del triunfo y la satisfacción de su profesión.
Ramón aparecía en cada partido con una camiseta, que si no era la misma, tenía una fábrica de la misma colección.
- Tengo una sola, automáticamente cuando la uso, llego a mi casa, la lavo y queda para el partido, la uso cada que hay partido.
Esa camiseta Polo empezó a generar expectativa, una línea blanca, muy diminuta en el cuello y en las mangas, ya eran objeto de observación. Al igual que muchos de los entrenadores de su país, Cabrero sabe que la camiseta no pone nada en la cancha, pero algunas fuerzas que sólo perciben los técnicos, demuestran que lo que llaman cábalas podrían suponer una dilatación imaginaria de los 90 minutos implacables, tal vez por eso, Juan Villoro se atrevió a decir que “quien haya escuchado el furor de un estadio lleno sabe que hay más voces que espectadores: los fantasmas acudieron a la cita”.
Serán, posiblemente esos hinchas que no se ven, quienes le brindan a la bendición, la ropa y otros elementos, el ingrediente que en la cancha no se puede encontrar.
- Tampoco es una cábala. En Argentina, si uno pone atención, muchos técnicos cuando ganan siguen con la misma ropa, pero no es una cábala la mía, la única cábala es jugar bien.
Los vítores de los que alguna vez estuvieron alentando al Sportivo Italiano le otorgaron a Ramón, las rayas necesarias para que este club ascendiera de la Primera B argentina al Nacional B en 1986.
-Me acuerdo que cuando salí campeón con Italiano, tuve como quince partidos sin perder con una remera rayada, una camisa rayada de manga corta que la usé verano y también invierno. Y la usaba abajo, y arriba me ponía un suéter si hacía mucho frío.
Luego, con Lanús, la ropa jugaría un papel determinante, por lo menos logaría el título.
- Lo que pasa es que en Argentina se dio en un momento que no era esta camisa rosa. Cuando salimos campeones, que también estuvimos como 12 partidos sin perder y tenía una remera que no era rosa, era un color más natural pero tirando a rosa y también me duró como 12 partidos y fue pura casualidad.
Fue precisamente en 1986 cuando Salvador Bilardo, con una camiseta azul, fue campeón del mundo en México 86. Famoso por encarnar la picardía que le daba un toque mágico a sus éxitos deportivos, Bilardo se caracterizó por ser un cabulero que pasaba de la razón a la exageración.
Cuando iba camino a la cancha con su equipo siempre se escuchaba la misma música, le ordenaba al conductor que no parara mientras esa ‘melodía celestial’ estuviera sonando, así el semáforo estuviera en rojo. Las normas de tránsito no importaban, el bus sólo paraba en los silencios de la canción.

Con raíces argentinas
- Yo me vine a los tres años cuando era muy chiquitito. Me trajo mi familia, viví hasta los 22 en Argentina, me fui a jugar al Atlético de Madrid cinco años, después al Mallorca hasta los 30, y a esa edad volví a la Argentina donde terminé de jugar. Luego empecé a dirigir a los 35 años.
Ramón nació en Cantabria, España, un 11 de noviembre de 1947, su familia se mudó muy pronto hacia América, cambiando a Fernando Franco por Juan Domingo Perón, reemplazando los aires de dictadura por la bondad de una mujer, que según Tomás Eloy Martínez, era una santa, una especie de virgen para los argentinos: Evita Perón.
Así como en Mar del Plata llegaron los primeros ingleses en el siglo XVIII para invadir con sus mercancías y sus gustos una tierra auténticamente criolla, con esos barcos llegaron los balones de fútbol y con ellos la pasión por ese deporte se multiplicó en todo el continente.
- A Jerónima y Eusebio no les gustaba el fútbol. Cuando mi papá murió en 1963 yo todavía era muy chiquitito, no jugaba. Pero mi mamá si me vio jugar, dirigir y todo, pero no le interesaba mucho.
En Lanús, al sur del gran Buenos Aires, el fútbol, como el tango y las mujeres, fueron invadiendo a Ramón. No era seguidor del equipo de su gente, más bien era muy hincha de la ‘Academia’, un equipo del que era seguidor el presidente de la época, por tanto el estadio se llama Juan Domingo Perón.
- Fui hincha fanático, hasta los 14 años de Racing, ¡pero fanático, fanático!, de ir a los entrenamientos y todo. Iba a todos lados. Un vecino mío me llevaba. Eso fue entre el 58 y el 61, me tocó la época grande de Racing. Sí, campeón en el 58 y en el 61 y también campeón del mundo.
Ya, con más años, Ramón cambió de colores, del azul y blanco su corazón cambió a granate. De Lanús será siempre simpatizante e hincha, el momento más lindo de su vida deportiva fue con ese equipo, en él empezó a jugar y a él sabe que volverá algún día.
- En Lanús me insultaban mucho, yo debuté a los 17 años y me insultaban, en Lanús fui un jugador insultado. Era un jugador técnico, hábil, jugaba de ocho, era volante por derecha.
Con los años, esos insultos ya habían sido olvidados. Ramón pasaría de Lanús a Newell’s, y de ahí sería contratado por el Atlético de Madrid, pero debería pagar servicio militar durante veinte meses y ultimar primero, algunas cosas de su vida personal. Lo primero era casarse con Noemí, su segunda novia argentina, y dejar para siempre su vínculo con Argentina.
-Llegué a jugar al Atlético, pero al año de estar ahí hice el servicio militar que me tocó en Burgos. Pero estuve dos meses y después me trasladaron a Madrid. Tuve un par de partidos amistosos en el ejército, el servicio militar prácticamente no lo hice, tuve dos meses en los que no pude salir, pero luego iba cada mes para firmar durante 20 meses.
Ramón jugaría también con el Elche y el Mallorca antes de regresar a terminar su carrera con el San Martín de Mendoza y el Independiente de Rivadavia en 1982. Ahí finalizaría un ciclo de su vida para empezar otro, el de entrenador.
- Claro, yo dirigí como 12 años Nacional B, después estuve 6-7 años sin dirigir, y luego volví a dirigir inferiores y después lo haría con la primera de Lanús. No soy de guardar cosas, pero mi hijo Ramiro tiene todo lo que tenía de España, no soy de guardar camisetas.

En Buenos Aires está el tesoro
- Estoy muy bien en Medellín, estoy muy contento, es una ciudad muy bonita, me habían dicho que era linda, pero no me la esperaba hasta aquí. Pero realmente, hace cuatro meses que estoy aquí y se me está haciendo muy duro porque por más que la pase bien, por más que esté en una ciudad preciosa, por más que el trato de la gente sea bárbaro, y estoy en un club bárbaro, pero la realidad es que es muy difícil estar solo a ciertas alturas de la vida.
Ramón está viviendo ahora con Eduardo González y Jorge Mamberto, compañeros en el fútbol con los que trabaja en Nacional. Con Eduardo ha trabajado cerca de 12 años y ha vivido con él tres años juntos fuera de Buenos Aires. Lo hicieron en Mendoza, Santa Fé y Santiago de Estero.
- Por ejemplo cuando yo tenía 40 años, 37 años, 36 años, que también estuve afuera, la verdad la pasaba menos difícil. Ahora, lo que más extraño es a mi familia, aunque mi señora viene este mes y ya el año que viene se va a venir para acá. Ya Llevo casado 39 años, desde el 23 de noviembre de 1971.
Y de la familia es su nieta de un año y seis meses la gran debilidad. Ramiro y María Belén, los hijos de Ramón, ya son profesionales, ambos viven en Buenos Aires con doña Noemí.
-Pero no tengo dudas que a partir de enero, si decido continuar, ella se va a venir conmigo. Me pone feliz mi familia, que estén todos bien, que de repente mi profesión me permita poder ayudarlos, eso me pone feliz, ayudar a mis hijos y a mi nieta.
Ramón prefiere no traer muchas cosas de su país, en la mesita de luz está la foto de su familia y cuando va hacia los entrenamientos encuentra en los tangos que escucha, el verdadero significado de esa música.
- Me encanta el tango, todo tipo de tango. Yo digo que el tango lo apreciamos más afuera que cuando estamos en Buenos Aires. Acá por ejemplo, nosotros vamos y venimos y tenemos nada más que CDs de tango en el coche.
Ramón había viajado por todo el continente, pero esta fue la primera vez que venía a Colombia. Llegó al Atlético Nacional, un grande en apuros, necesitado de volver a su fútbol, a sus triunfos, a sus goles, de reencontrarse con su historia. Y el comienzo fue soñado, sumó diez fechas de invicto, pero tras perder en el clásico regional prefirió guardar en su clóset esa camisa rosa que lo acompañó en esos buenos momentos y que tanto llamó la atención. Ahora, seguramente, será otro color el que quiera lucir para una nueva etapa de triunfos. Si no le gusta el mate, tal vez prefiera el café.

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